AMÉRICA LATINA: DEMOCRACIA O POPULISMO (Segunda parte)

En la perspectiva “nebulosa” que observamos en la primera parte del documento, no es fácil comprender cómo la mayoría de los países de América Latina puedan encontrar su camino hacia el desarrollo, el riesgo de un viraje al populismo de izquierda y corte socialista, sería un retroceso que, sin duda, resultará muy costoso en términos de crecimiento económico y bienestar social, podrían venir décadas desperdiciadas por una clase política incierta que experimenta con ideas improvisadas mientras se aferra al poder, cuyo ejercicio desgasta la escasa cultura institucional democrática generada en más de dos siglos de independencia política y económica.

Pero, ¿qué hacer con esos gobiernos populistas mesiánicos y autocráticos, que están arribando al poder público mediante sistemas políticos de cada vez más baja calidad democrática?

¿Qué hacer con una clase política que llega al poder, sin tener un proyecto económico y social realista, viable y con visión de futuro para sus países?

¿Qué hacer con esa clase política latinoamericana corrompida e ineficiente, cuyas campañas políticas se construyen sobre enjundiosos discursos que resultan ser una verdadera feria de promesas vanas, de las que no tienen idea de lo que implica poder cumplirlas?

Los políticos populistas de las llamadas izquierda y derecha latinoamericana son muy buenos para generar agitación social, pero muy malos cuando arriban al poder público; estando en el gobierno ya no saben qué hacer, se dedican a improvisar, a ejecutar las más variadas ideas sin estudios previos, sin proyectos, sin expedientes técnicos, pero que, a su muy personal entender, son las claves para el progreso de la sociedad.

¿Qué hacer con esa clase política populista que dilapida recursos en acciones, obras costosas y de muy bajo impacto en el crecimiento económico? Esta situación propicia que, a la hora de la evaluación social, ante la falta de resultados, culpen a sus adversarios ideológicos, al neoliberalismo, a “la crisis mundial” y otros fantasmas ideológicos que se inventan. Aberraciones que evidencian la carencia de una elemental honestidad política y preparación técnica para desempeñarse como gobernantes.

Como muestra, entre el 29 de noviembre y el 1 de diciembre de 2021, se celebró en la Ciudad de México, el VII Encuentro del Grupo de Puebla, un colectivo integrado por activistas y políticos de la llamada izquierda de casi una decena de países latinoamericanos y España, entre los asistentes estuvieron: jefes de Estado, ex presidentes de los países latinoamericanos, cancilleres, ex cancilleres, parlamentarios, líderes de partidos políticos, juristas e intelectuales.

Fue un encuentro que al cabo de tres días de trabajos, concluyó sosteniendo que en América Latina hay un incremento paulatino de la pobreza, debilitamiento del Estado como actor social, retroceso en logros democráticos, deterioro de las economías campesinas, disminución en la producción de alimentos y desaparición de miles de micro, pequeñas y medianas empresas. Tal y como se desprende de la Declaración del encuentro: https://www.grupodepuebla.org/declaracion-del-septimo-encuentro-del-grupo-de-puebla/

Un reporte más que obvio, que conocemos desde hace décadas, que refleja muy poco avance durante más de dos siglos de independencia, lo paradójico es que todo esto sucedió en las décadas en que la mayoría de los políticos asistentes al VII Encuentro del Grupo de Puebla gobernaron sus respectivos países.

El grupo concluyó la jornada de análisis con una declaración conjunta que titularon “Bases para un Modelo Solidario de Desarrollo”, un documento en el que expresan la intención de crear “una propuesta alternativa y progresista al anacrónico modelo de desarrollo neoliberal, cuya aplicación en América Latina y el Caribe ha sido seriamente cuestionado”. Como podemos ver, el enemigo continúa siendo “el neoliberalismo”, es decir, se cuestiona la herramienta, no a los políticos.

El documento concluyente hace su propuesta en seis ejes que llaman articuladores: La búsqueda de la igualdad, la búsqueda del valor, una nueva política económica, la transición ecológica, la nueva institucionalidad y la integración regional”. Un documento cuyos planteamientos generales, ni por asomo, podemos considerar como “una propuesta alternativa y progresista”. La lectura del documento deja más decepciones que esperanza, por lo que realizaremos algunas consideraciones al respecto:

Primero.- El documento parafrasea los libros de Thomas Piketty y Mariana Mazzucato, que por cierto, claramente se refieren a una realidad europea distinta a la latinoamericana, que no es malo tenerlos como referente, por el contrario, lo sorprendente es que el colectivo no nos diga cómo se pueden atraer y adaptar estas ideas a la realidad latinoamericana. Es lamentable decir que el VII Foro no concluyó con nada original y auténtico, ni siquiera encontramos un planteamiento emparentado con la Comisión Económica para América Latina (CEPAL).

Segundo.-  En su intención primera, el documento es un rotundo rechazo al neoliberalismo, al que una vez más encontraron como culpable del no desarrollo, toda vez que su “aplicación en el mundo, en América Latina y el Caribe ha sido seriamente cuestionado”. Una generalización exagerada pues no considera en ningún momento, que hay países en el mundo que siendo neoliberales marchan a la vanguardia del crecimiento económico y tienen niveles de bienestar social muy superiores a los de América Latina.

Tercero.- A la vez que el Grupo de Puebla rechaza el neoliberalismo, también plantea entre sus objetivos, por cierto, muy similares a los de la socialdemocracia liberal europea, la posibilidad de: “la unión regional con miras a llegar a una moneda única latinoamericana, la creación de un mercado intrarregional que permita ampliar los niveles de comercio que hoy no superan el 13%, mientras que en la Unión Europea supera el 65%”.

Aquí, uno se pregunta: si es tan malo el modelo económico neoliberal, ¿por qué plantear medidas de política económica socialdemócrata neoliberal?, ¿dónde quedó la intención de construir “una propuesta alternativa al neoliberalismo”? Ahora bien, si aceptamos que la socialdemocracia puede ser una vía alternativa para Latinoamérica, entonces que se reconozca esta posibilidad y que se estudie con la seriedad necesaria para ver de qué forma podemos atraer algunos de sus postulados para tratar de incorporarlos a nuestros planes de desarrollo nacional.   

Ante esto, hay que tener claro que el desarrollo no hay que buscarlo en un mundo distinto a los propios países, más bien, hay que trabajar todos los días para construirlo en cada país, porque cada sociedad tiene una realidad parecida y, a la vez, distinta a las otras, pero hay que construir el desarrollo con valores democráticos, con participación ciudadana, con inclusión, con acciones de política económica orientada al crecimiento, conscientes de que si no hay creación de riqueza, no hay bienestar. Hay que construir el desarrollo con honestidad intelectual y con compromiso nacional sin sesgos ideológicos.

En el documento del Grupo de Puebla, se habla de la creación de valor económico, pero ese valor tampoco hay que buscarlo en foros mediáticos y especulativos, el valor hay que generarlo impulsando la banca social de desarrollo, incentivando la micro, pequeña y mediana empresa, incentivando la inversión productiva pública y privada, mejorando las capacidades y competencias laborales, invirtiendo más en ciencia y tecnología propias, en la integración de cadenas productivas, en el aprovechamiento sostenible de las vocaciones productivas micro regionales, entre otros aspectos.

Esto, conjuntamente con otras medidas, debe configurar un modelo de desarrollo económico nacional abierto y competitivo, un modelo que articule los distintos sectores de la sociedad, caminando todos en una misma dirección y de frente a un mejor futuro.

El documento del Grupo de Puebla no plantea lo que la región necesita, es un lamento y no se pueden resolver los infortunios del presente con lamentaciones sobre el pasado, con discursos que pueden ser valiosos, pero carentes de vigencia.

Tampoco se pueden resolver los problemas del presente con reformas estatistas que pertenecen a un mundo ya inexistente, no se puede construir el futuro con viejas ideas que ya tuvieron su época y al final demostraron su caducidad en el desarrollo de la comunidad latinoamericana. Hoy, América Latina requiere una nueva visión de futuro, pero una visión prospectiva, planes de desarrollo por indicadores para evaluar el progreso social, el crecimiento económico y la competitividad. 

Mariana Mazzucato, tan admirada por el Grupo de Puebla y por el Foro de Sao Paulo, como se aprecia en el pronunciamiento del Grupo, sostiene que “el crecimiento económico no se contradice con el progreso, al contrario, se necesitan, el asunto es cómo se ajusta esta citación a distintas prioridades políticas”. Al respecto yo diría que ¡claro que se puede!, por supuesto, y de esto se debe tratar la discusión sustancial e inmediata que debe emprender Latinoamérica. 

No quisiera cerrar estas reflexiones, sin hacer referencia a un libro que, pretendiendo ser prospectivo y visionario, resulta ser un lamento más de los académicos latinoamericanos que pastueñamente han pasado décadas de su vida viviendo de los presupuestos en las universidades públicas, imaginando “el advenimiento” de un mundo socialista, del que solo nos queda una novela de terror, pero que ellos continúan invocando como feligresías dominicales.

Me refiero al libro que lleva por título “Socialismo Siglo XXI”, que el sociólogo argentino subtitula con la pregunta: ¿Hay vida después del neoliberalismo? Ya en el título y subtítulo se advierte claramente la orientación del contenido, que no es otra cosa más que un relato de la confusión representativa de los académicos y políticos sesenteros del continente, el autor es Atilio A. Borón.

En el volumen, Borón sostiene que “….el capitalismo es el modo de producción que ha servido para que un pequeño grupo de naciones -de las cuales ninguna fue subdesarrollada- se desarrollen, pero al precio de excluir de tales beneficios a todas las demás”.

Me parece que esta es una sentencia tradicional y extemporánea de la Teoría de la Dependencia que campeó a mediados del siglo pasado por América Latina, al respecto, hay que decir que cuando un razonamiento parte de una premisa falsa, inevitablemente conducirá a una conclusión falsa, este es el caso del autor citado.

A esta confusión historicista debemos que millones de ciudadanos, después de cada proceso electoral, vayan de decepción en decepción, sin saber qué hacer o a dónde ir. Si permanecen en sus países, tendrán que enfrentar tres flagelos: la pobreza, la violencia y la injusticia; si huyen de su país en busca de las condiciones mínimas para impulsar su proyecto de vida, se entregan a los brazos de la delincuencia intercontinental organizada, donde padecen: hambre, extorsión, violencia, atropello de sus derechos humanos, discriminación y muchos más, hasta la muerte en condiciones de violencia extrema.

Si analizamos bien a nuestra actual América Latina, hay que decir que la migración masiva de Centro y Sudamérica hacia los países “neoliberales” del norte del continente, debe ser considerada como la prueba más irrefutable del fracaso, no del neoliberalismo, sino de una clase política mal preparada, empírica, populista y ambiciosa.

La migración masiva debe ser considerada como el fracaso más contundente de las sociedades que han tropezado en la búsqueda del camino democrático y próspero que por generaciones han soñado, y hoy, estas sociedades se encuentran atrapadas en el rezago económico y gobernadas intolerantemente por políticos autoritarios, a eso se debe quizá, que muchos ciudadanos estén tratando de emigrar a los países neoliberales, donde hay millones de ejemplos de ciudadanos viviendo en mejores condiciones de bienestar.

Desde luego que es fundamental, que en cada país la sociedad se siente a discutir su proyecto de nación, porque no solo se necesita un nuevo Estado, también se necesita una nueva clase política, la ciudadanía debe recuperar los cauces democráticos, para que imperen la legalidad, la participación social, la máxima transparencia en la toma de decisiones, la conducción ética y técnica de los asuntos públicos. En este sentido, parece ser que el principio de todo es que América Latina necesita también una nueva sociedad que corrija lo que ya está mal encaminado, lamentablemente parece que esa nueva sociedad está eligiendo al populismo de izquierda con tendencias involutivas.

A propósito de los gobiernos autoritarios, dice Anne Applebaum, que “el autoritarismo es algo que traen las personas que no toleran la complejidad, y no hay nada intrínseco de izquierda o derecha en ese instinto. Es puramente antipluralista, pues recelan de las personas con ideas distintas…” (Revista Debate, 2015).

El populista mesiánico de izquierda o de derecha, es autoritario y engendra gobiernos totalitarios, ejerce el poder autoritariamente en nombre del pueblo, pues asume de facto la tutela exclusiva de dos figuras: la representación legítima y única del pueblo y la representación legítima y personal del Estado. El populista se atribuye la encarnación de todo el Estado y el Estado es la ley, tanto moral como jurídica; en tal sentido, la única medida de lo verdadero, de lo justo y de lo bueno, la tiene él, por eso el populista utiliza la demagogia con tanta demencia.

Una frase atribuida a Isaac Asimov dice que: “existe un culto a la ignorancia; la expresión del anti-intelectualismo ha ido abriéndose paso a través de nuestra vida política y cultural, alimentando la falsa noción de que la democracia significa que mi ignorancia es tan válida como tu conocimiento…” (Filosofía, Facebook).

Dice Karl Popper que “El totalitarismo es un episodio de la eterna revelación contra la libertad y la razón, y los jefes del totalitarismo lograron uno de los sueños más osados de sus predecesores, a saber, convertir la rebelión contra la verdad en un movimiento popular, y el factor que lo hizo posible fue el desmoronamiento de otro movimiento popular: La democracia social …”. (p. 331).

En otro pasaje, dice Popper que “Siempre nos queda la posibilidad de regresar al mundo de las bestias, pero si queremos seguir siendo humanos, entonces habrá un camino, el de la sociedad abierta”. (p. 285).

Esta tendencia regresiva de América Latina al populismo de tipo empírico y mesiánico, con una oferta basada en discursos densos en promesas y carente de propuestas técnicas, parece cancelar el estudios de otras vías alternas como la socialdemocracia europea, y no se trata de sugerir una vía distinta solo por seguirla, se trata de estudiarla, de abrir la discusión social y aprender de ella, de buscar y retomar los elementos viables, de fusionarlos con una política económica propia, se trata de desarrollar un modelo holístico propio, un modelo más cercano y congruente con la realidad latinoamericana.

En la búsqueda colectiva de la sociedad abierta puede estar una solución general adaptable a cada país, pero los colectivos políticos, académicos, sindicales y populistas, deben dejar atrás las viejas ideas románticas del socialismo autoritario del siglo XX, también debe quitarse la idea de que es posible una reedición mediante el “Socialismo del siglo XXI”, ya que es un espejismo.

No hay que olvidar que un programa nacional no solamente es economía o únicamente política, mucho menos solo ideología, la falta de integralidad programática en el gobierno es el peor fracaso, por ello, hay que evitar caer en la demagogia y recordar algunas palabras de Kenneth M. Roberts, “la esencia de la socialdemocracia es la reforma democrática del capitalismo en provecho de la justicia social e igualdad”, que “en contraste con la tradición leninista, la socialdemocracia persigue objetivos igualitarios por medio de la competencia democrática liberal y no a través de una conquista revolucionaria del poder estatal. La socialdemocracia reforma al capitalismo antes que abolirlo.” (p. 3).

Parece que América Latina ya no necesita una clase política, necesita servidores públicos comprometidos, que hagan más técnica y menos política, una tecnocracia con juicio político, que discuta y debata con sentido común y sobre propuestas razonables, que abreve en el conocimiento de la realidad cotidiana y que no desgaste la escasa confianza social en conflictos ideológicos.

América Latina necesita servidores públicos que unifiquen antes que dividir a la sociedad, que la reconcilien antes que confrontarla, que la convoquen a construir antes que a destruir, a retomar la cultura del esfuerzo en la creación de valor, en el emprendurismo, una sociedad que busque logros tangibles en los indicadores de bienestar general y de participación ciudadana.            

Referencias:

Mazzucato, M. (2019). El Estado Emprendedor. RBA.

Piketty, T. (2019). Capital e Ideología. Grano de sal.

Popper, K. R. (1945). La Sociedad Abierta y Sus Enemigos. Londres: Epudlibre.

J. Lauro Sánchez López

J. Lauro Sánchez López

Lic. en Economía y Filosofía, Puebla, Mex.

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