TURISMO OPORTUNIDAD DE CAMBIO

La crisis pandémica ha traído alteraciones en las formas y estilos de vida de la población mundial, ocasionando daños lamentables en la integridad familiar, la vida comunitaria, y en las diversas actividades económicas de las que dependemos todos, pero como somos una especie social resiliente y de costumbres, vivimos la pandemia con la idea de que muy pronto, quizá mañana, amanecerá y todo volverá a ser como antes.

Contrariamente a ésta idea popular somera hay voces científicas visionarias que no coinciden con ésta versión del regreso inalterado a la normalidad, por ejemplo, el filósofo eslovenio Slavoj Zizec, en una de sus reflexiones nos dice que “la pandemia del coronavirus es una señal de que no podemos seguir el camino hasta ahora, un cambio racional es necesario” (Slavoj Z. Coronavirus un golpe al capitalismo, publicado en Rusia el 27 de febrero de 2020).

Por otra parte, el filósofo británico John Gray nos dice que “si queremos hacer un mundo post-pandémico, habitable, tenemos que aceptar que no podemos volver al mundo anterior”, y culpa a la destrucción del medio ambiente que “hizo posible e inevitable la pandemia”. Y vaticina la caída de grandes empresas como: las aerolíneas, las grandes líneas ferroviarias, e incluso las cafeterías, postulando que “un mundo más fragmentado, de poco contacto físico, paradójicamente puede ser más estable y resistente” (John Gray, el mundo anterior a la pandemia, el país 5-10-2020).

Estas y otras tesis planteadas en el mismo sentido, ameritan una reflexión profunda de nuestra parte, la pandemia debe hacernos pensar en lo impensable para enfrentar el futuro en el corto, mediano y largo plazo, para ello, la sociedad de cada país, debe hacer a un lado las aberraciones de querer mirar a las cosas y las personas con el filtro ideológico de: liberal-conservador, izquierda-derecha, neoliberal-revolucionario, aliado-opositor, estigmas que desde que fueron acuñados solo han generado división social, confrontaciones, pérdidas humanas, deterioro del capital social, y destrucción del medio ambiente imprescindible para el bienestar, la especie humana debe aprender a mirarse como una comunidad mundial.

Si la comunidad mundial en cada una de sus partes nacionales no tiene la inteligencia para advertir que la pandemia es una oportunidad de cambio al que todos tenemos que adaptarnos lo más pronto posible, y ejecutar las acciones necesarias para operar nuestra readaptación a un mundo sostenible, seremos una especie predadora, cada vez más vulnerable y expuesta a catástrofes mayores.

La crisis pandémica y la crisis económica deben ser consideradas como la coyuntura maestra que nos enseñe a evolucionar racional y científicamente, a modificar nuestra relación con el entorno ambiental del que no somos dueños, sino una pequeñísima parte.

Uno de los sectores económicos que deben evolucionar con mayor urgencia es la actividad turística, cuya paralización pandémica generó pérdidas cuantiosas para las organizaciones productivas, y puso en posición de suspenso nuevos proyectos de inversión, de ahí que debemos advertir la necesidad de avanzar hacia un modelo turístico y económico en general, basado en la racionalidad científica de la sostenibilidad.

 II.- Adecuación del Turismo tradicional.

Por influencia del actual sistema económico, que en mi opinión es el único que tenemos, estamos acostumbrados a valorar el éxito del turismo por grandes indicadores: el número de afluencia de personas; número de vuelos vendidos; de habitaciones ocupadas; derrama económica; número de empleos generados; entre otros, y está bien para los fines que hasta ahora se han perseguido, la venta masiva.

No obstante y por las mismas razones, hemos ignorado los indicadores que no queremos ver, y que también existen tales como: el impacto que genera el turismo masivo en el deterioro o destrucción de nuestros ecosistemas, el costo en el mantenimiento de las ciudades, de las zonas arqueológicas, y lo más grave, las alteraciones que el gran turismo está generando en la vida y la cultura cotidiana de las comunidades que lo reciben.

El turismo de masas se ha vuelto incontrolable y altera los valores comunitarios como: las costumbres locales, la vida familiar, la integración social que no solo se ve distorsionada, sino arrollada por el desenfreno del visitante poseído por un concepto turístico de éxtasis, casi siempre excitado por los prestadores de servicios que buscan cantidad y consumismo.

Amsterdam, Venecia, Barcelona, Machu-Pichu, y muchas otras ciudades y monumentos históricos mundiales gritan un ¡ya basta! ante la frivolidad del turismo tumultuoso, en México algunos sitios de playa, zonas arqueológicas y pueblos mágicos también lo están padeciendo.          

No obstante, y con la pandemia a cuestas, parece que ha llegado la oportunidad de replantear esta concepción del turismo lúdico y comercial, para propiciar un turismo contemplativo, de conocimiento, cultural, educativo, civilizante y de mínimo impacto ambiental.

En lugar de pasar tanto tiempo pasivo en un lugar de sol y playa en busca del éxtasis, hay que acercarle al turista opciones que ofrezcan: movilidad, contemplación, admiración y exaltación emocional cognoscitiva.

Un turismo que en la década de los 80’s se conoció en Italia como “turismo slow”, o turismo de “andar despacio”, en México la cadena de hoteles Rotamundos lo llama turismo consciente, ambos nombres son correctos para designar a un turismo donde el visitante se convierta en un residente temporal, capaz de apreciar y aprender de la singularidad de cada pequeño sitio que tenga la oportunidad de visitar, aprender de cada especie o persona con la que pueda convivir.

Se trata de mutar de un turismo masivo, ordinario y tradicional en su comportamiento, a un turismo consciente que respete y proteja el patrimonio cultural tangible e intangible, un turismo capaz de integrarse sutil y armónicamente a la vida comunitaria que lo recibe hospitalariamente.

Esta mutación inaplazable, debe operarse sin que el turismo deje de ser un sector económico y pilar del crecimiento y el desarrollo social, es necesario que el turismo pueda continuar garantizando cuatro grandes cuestiones:

PRIMERA.- Debe conservar un dinamismo que garantice su crecimiento como sector económico sostenible, basado en la existencia y convivencia de las múltiples categorías turísticas.

SEGUNDA.- Continuar siendo una importante fuente de ingresos y realización socioeconómica para las familias que viven de él.

TERCERA.- Ser un turismo de apreciación cognoscitiva y cultural, sin que esto implique eliminar otras categorías de turismo de diversión y esparcimiento puros, podríamos pensar en la posibilidad de un equilibrio pertinente entre las distintas formas de hacer turismo.

CUARTA.- Ser una actividad cultural que otorgue posibilidades de acceso real a los grupos vulnerables y de menores ingresos.

Para lograr un turismo no masivo ni destructivo, el sector tiene que establecer estrategias restrictivas de la afluencia, estas pueden resultar molestas, pero justificables en función del proceso de evolución y readaptación a lo que aún conservamos de planeta.

Es en éste momento, cuando las autoridades de todos los países federales, estatales, municipales,  comunitarias, coordinadamente con expertos y prestadores de servicios, deben modificar de manera consensuada y sutil, la legislación y reglamentación para desarrollar el nuevo perfil del turismo, con base en las posibilidades de carga, movilidad, conservación, regeneración y atención de visitantes en cada sitio turístico natural o monumental.

III.- Los Pueblos Mágicos Mexicanos en ésta perspectiva.

En México existe el concepto de “Pueblos Mágicos”, son 121 localidades más las que se agreguen al finalizar el presente año, todos son pueblos pequeños o medianos, cuyo atractivo principal es su singularidad temática, aquella que los caracteriza como únicos e inequiparables, cada pueblo mágico ofrece una experiencia emocional cognoscitiva distinta, esa es la esencia y sentido del programa.

Precisamente en los Pueblos Mágicos o sus equivalentes en otros países, es donde se puede empezar a desarrollar el nuevo concepto turístico, en el caso de México, en estos pueblos está el reencuentro con la naturaleza, con la vida comunitaria y sus valores, ahí está el redescubrimiento de la ancestral identidad nacional en sus distintas expresiones culturales, políticas y económicas.

Por eso los pueblos mágicos no deben plantearse imitar o competir con destinos de sol y playa, con el de congresos y convenciones, ni con ningún otro concepto turístico, la misión de los pueblos mágicos debe ser honrar y rescatar la singularidad histórica que habita en su regazo comunitario, aquella esencia única que ha trascendido al tiempo, y que hoy la convierten en invaluable ejemplo de la ancestral cultura mexicana.

Por eso es muy importante que los pueblos mágicos con sus autoridades y prestadores de servicios, no trabajen con la intensión de romper record de visitantes, pues no se trata de ser los primeros en recibir gente, sino los mejores destinos para recibir personas deseosas de emocionarse, y capaces de sorprenderse conociendo o redescubriendo el México profundo, el México histórico en sus distintas etapas.

Lograr esto no es fácil, hay que construir el primer pueblo mágico modelo, y replicarlo en los demás, o iniciar un proceso simultáneo con cada uno de ellos. Esto implica legislar, reglamentar, trabajar con los prestadores de servicios, capacitar e invertir en adecuaciones para hacer posible el ejemplo a seguir.

Por su parte, el visitante o residente temporal de un pueblo mágico, debe llegar con plena conciencia de convertirse en residente y estar consciente de que:

  • Llegar  a una sociedad ancestral, pequeña y singular.
  • Que debe aproximarse a ella con la expectativa de conocer detalles sociales y culturales que lo sorprenderán.
  • Que se va a hospedar en un lugar sencillo que le permitirá ser uno más de la comunidad, y donde tiene tareas que realizar.
  • Debe relacionarse e involucrarse con los lugareños con amabilidad y diligencia,  disfrutar de su compañía, de su plática, de sus saberes.
  • Compartir con ellos, en la medida de lo posible el tiempo, la mesa, las alegrías y las preocupaciones comunitarias.
  • El residente temporal debe saber reconocer el trabajo de las personas, admirar su patrimonio natural y edificado, su cultura.

Un pueblo mágico debe ser un lugar que transforme al residente temporal, donde éste tenga la oportunidad de medir y aprender a reducir su generación de residuos sólidos, donde no consuma plástico, donde aprenda a medir y optimizar su consumo de agua para el aseo personal, donde pueda aprender a reducir al mínimo su consumo de energía eléctrica, su consumo de gasolina para trasladarse de un sitio a otro, donde consuma preferentemente lo local.

En general, creo que podemos decir que esta crisis pandémica es una señal para que hagamos un alto en el camino, y bajo la amenaza de la autodestrucción reconfiguremos nuestros estilos de vida, nuestra relación con el planeta, con nosotros mismos, con la familia, con los amigos, con nuestros valores, con lo que llamamos civilización.

Este parece ser el llamado de la naturaleza, de la que repito, no somos dueños, sino una ínfima parte, la parte racional que debe hacer de ésta coyuntura una oportunidad de subsistencia sustentable y de felicidad a muy largo plazo.

J. Lauro Sánchez López

J. Lauro Sánchez López

Lic. en Economía y Filosofía, Puebla, Mex.

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